Los ojos tristes

I
La gente dice que tengo los ojos grandes y tristes. Yo diría que tengo la mirada callada.

Cuando era niño, el tendero de la esquina me llamaba “lagrimitas”. Yo detestaba su exceso de confianza y ese juicio arbitrario sobre mis emociones. “Ese señor no sabe nada”, pensaba y evitaba verlo a los ojos cuando me acercaba al mostrador.

Desde entonces han sido muchas las personas que comentan esta tristeza de mi mirada. Mi versión favorita es cuando Paloma dice que tengo ojos de venado. Yo prefiero pensar en mí como una tortuga que se asoma tímidamente al mundo.

Esa apariencia de niño perdido se ha convertido en un señuelo. Teresa, el personaje de Milan Kundera, andaba por todos lados con el libro de Ana Karenina bajo el brazo esperando a que alguien le preguntara sobre el. Ella pensaba que esa sería la señal de haber encontrado a una persona especial. Yo camino el mundo con mi mirada distraída.

Me hubiera gustado heredar los ojos claros de mi padre. Imagino que su mirada te causaba esa impresión de la luz colándose entre los árboles o por la ventana en las mañanas. Ojalá tuviera la mirada encendida como un cometa o transparente como una ola, pero mis ojos son oscuros y profundos como roca.

II
Los ojos de Julia se parecen a los míos. Los de ella son más expresivos. Yo aprendí a hacer muecas con los ojos cuando deje de tomarme tan en serio. Pero poco a poco he aumentado mi repertorio de miradas. Cuando veo a Julia a los ojos me asomo a un espejo. De alguna forma nos reconocemos el uno en el otro, y entonces estalla la risa porque adivinamos lo que estamos pensando.

Con Diego todo es distinto. Sus ojos son dulces e infinitos, como una colmena de la que nunca deja de brotar la miel. En su cabeza un millón de abejas zumban, vuelan y dibujan constelaciones para mantener el orden del universo. A veces me asomo a su mirada y él sonríe. Se siente orgulloso de compartirme esa dicha que significa su presencia en el mundo.

Cuando pienso en los amigos ausentes y los amigos que no hice en estos meses la mirada se me pone triste. Luego recuerdo que esta es la mejor época de mi vida. Este será el año que recordaré como aquel en que Julia, Diego y yo nos hicimos los mejores amigos. Estas serán también las mañanas en que compartí el desayuno con Gabriela y las cenas con mi hermano.

III
Nunca me ha sido fácil hacer amigos. Sin embargo siempre hay alguien dispuesto a sacarme de mis silencios (o compartirlos).

Las amistades crecen sin que nos demos cuenta. En la rutina de los días se va tejiendo un hilo transparente que más que unirnos nos acerca. A diferencia de otros lazos el de la amistad es infinito; aunque no indestructible, por eso hay que cuidarlo.

Julia y yo tenemos nombres secretos, bromas y miradas que solo nosotros entendemos. Ella sabe que soy gruñón pero que no me enojo (no con ella). Diego y yo hemos hecho nuestras costumbres: caminamos de la mano de regreso de la escuela y soplamos todos los dientes de león que encontramos en el camino, saludos a los gatos y perros del vecindario. Los tres hacemos nuestras propias versiones de las canciones que más nos gustan y rompemos el silencio que a veces habita en nuestros ojos.

Este será el año en que Gabriela me enseñó a cocinar arroz y se hicieron tradición las conversaciones trascendentales con mi hermano en la cocina. Este año hemos acumulado historias para los días futuros. Esos días en que todo parecerá distinto, porque con el desgaste de la memoria todo luce hermoso o menos difícil al menos.

IV
Este año he tenido la oportunidad de estar cerca de mi familia y de conocer a personas increíbles (en la cercanía y la distancia). Pero sobre todo he redescubierto el encanto de estrechar los lazos invisibles de la amistad.

Quizá tenga los ojos tristes, pero también la suerte de mi lado. 

About Edoardo Torres

Playwright. I love literature, illustration and books in general. I coordinate a Spanish Book Club in London.
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